Relato: "Tengo que saberlo", de Alba Benesiu Pueyo

Giro la cabeza y veo una carpa impresionante, semioculta bajo la hoja de un nenúfar. Me acerco un poco con disimulo para verla mejor. Es preciosa: sus escamas color crema brillan con la suave luz solar del exterior, y tiene una mancha carmesí decorando la cresta de su lomo. Está distraída mirando hacia la superficie del estanque, pero sus ojos cambian de dirección en una milésima de segundo y se encuentran con los míos, así, de repente.

Noto que boqueo más de lo normal, y muevo las aletas con indecisión. Ella se ríe y sigue mirándome. Parece tímida y sé que no tenemos mucho tiempo, así que decido ser yo quien haga el primer movimiento. Buceo hasta ella y le digo:

—Hola, ¿nos conocemos?

Ella se aleja un poco de mí y empieza a descender lentamente, con una elegancia propia de las carpas bien educadas.

—No lo creo, no te recuerdo. ¿Cómo te llamas?

No estoy muy seguro ni de mi propio nombre, así que le digo cómo creo que me llamo:

—Gurb.

—Ah, pues no, no me suenas.

Insisto, estoy convencido de que la he visto antes en alguna parte… solo que no recuerdo dónde. Si al menos supiera su nombre…

Pero ella empieza a alejarse al ver que no abro la boca más que para emitir las dichosas oes que los peces no podemos evitar repetir una y otra vez si no queremos morir asfixiados en el agua, por estúpido que suene.

—¡Espera!

Ella se gira cuando la llamo. Ha vuelto a colocarse debajo del nenúfar, y danza a su alrededor, haciendo que la hoja se mueva en el agua.

—¿Me dirás, al menos…?

Me muevo hacia atrás con brusquedad: pequeños algos han caído desde el exterior y ahora descienden muy despacio hacia las profundidades. ¡Comida! No sé quién nos la habrá lanzado, pero a mí me viene genial: estoy muerto de hambre.

Me lanzo en picado y empiezo a masticar. ¡Mmmm, esta comida es nueva! Pero, ¡un momento! ¡Hay algo que tengo que saber, y tengo que saberlo ya!

Vuelvo a mirarla. Ella también se ha retirado un poco al ver que caían las migas, pero no se ha movido prácticamente de su posición, debajo del nenúfar.

—Perdona, quería preguntarte cómo…

Treinta segundos.

Muevo la cabeza. De pronto tengo hambre, aunque juraría que ya he comido. No estoy muy seguro. Miro hacia abajo y veo que, al fondo del todo, hay pequeñas migas. ¡Comida! No sé quién la habrá depositado ahí, pero no pienso desperdiciarla.

Nado hasta ella y comienzo a masticar con fruición. ¡Mmmm, nunca he probado nada igual! Al momento, una miríada de carpas nada hasta aquí y empieza a comer. Está claro que alguien acaba de ponerla para nosotros, porque de lo contrario…

Empiezo a boquear más rápido: a mi lado acaba de colocarse una carpa preciosa, de color crema y con una mancha carmesí en lo alto de su lomo. Gira la cabeza cuando la estoy mirando y nuestros ojos se encuentran. Ella sonríe y se ruboriza, y yo sonrío también.

—Hola —le digo—. ¿Nos hemos visto antes?

Ella se aleja un poco de mí y mastica con calma.

—No estoy segura. ¿Cómo te llamas?

—Greg —o eso creo.

—Mmmm… —Ella sigue masticando mientras me mira—. Pues no, creo que no me suena tu nombre.

Dicho esto, da por terminada la comida y nada hacia la superficie. Las otras carpas le dificultan la salida, así que tiene que abrirse paso poco a poco entre ellas. Lo cierto es que es tan guapa que algunos peces se separan para hacer un pasillo, pero vuelven a juntarse al ver que yo voy detrás.

—¡Espega! —le digo, con la aleta de otra carpa en la boca.

Ella nada hasta la hoja de un nenúfar y empieza a girar a su alrededor, haciendo que el nenúfar gire con ella. Es una escena graciosa y tierna, nunca he visto nada igual. Me pregunto cómo es posible que ella y yo hayamos estado viviendo en este mismo estanque tantos años y no nos hayamos visto nunca…

No voy a volver a perder la oportunidad: tengo que saberlo. Tengo que saber su nombre.

—¡Oye! —Ella me mira cuando la llamo—. ¿Cómo te llamas?

La carpa se ríe y da otra vuelta, esta vez con coquetería.

—¿Por qué quieres saberlo?

Ahí me ha pillado. No tengo motivos para saber su nombre. Necesito pensar algo rápidamente, antes de que ella se vaya o antes de que…

¿De que qué?

—Porqueee… en serio, creo que recuerdo haberte visto antes.

—Pero yo a ti no —insiste ella.

—Si sólo me dijeras…

Treinta segundos.

Una carpa gigantesca nada por delante de mi cara a tal velocidad que salgo disparado hacia atrás. Me choco contra el borde del estanque y reboto contra la carpa, pero apenas es un golpe suave comparado con el que me ha dado a mí. Me entra un mareo repentino. Encima, tiene el descaro de volverse hacia mí con su enorme cara de malos humos y me dice, exasperado:

—¡Eh, mira por dónde vas!

Estoy a punto de decirle algo cuando veo una silueta que se mueve cerca de la superficie del estanque. Miro hacia allí y descubro a una preciosa carpa de color crema. Me quedo sin habla, y apenas boqueo. Ella no me ve al principio, pero luego, cuando desciende un poco, sus ojos y los míos se encuentran por un instante, porque ella aparta la vista enseguida, con timidez. Me percato de que tiene una mancha carmesí en el lomo; es extraño que tenga una marca tan reconocible y que no nos hayamos visto antes…

Siento algo que nunca había sentido hasta ahora mismo: no sé porqué, no sé cómo se me ha ocurrido ni sé qué haré cuando lo sepa, pero… ¡tengo que saber su nombre!

—Mi nieto es un ictiólogo, ¿sabe qué es eso?

—Estudia peces.

—Ajá. Él dice que sólo tienen una memoria que dura unos treinta segundos. Así que nadan por el estanque y siempre es una sorpresa para ellos, dicen «yo nunca había estado aquí». Se encuentran con otro pez que conocen desde hace cien años y dicen, «¿Quién eres tú, extraño?»

Neil Gaiman, Humo y espejos

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